Me gustan las películas románticas, debo de aceptar que soy un cliché milenial y me gusta pensar que las historias románticas pasan en la vida real pues la vida es inspiración de la ficción. Lo que sí me choca de casi todas es cuando caen en el cliché de grandes gestos de amor, qué necesidad de la humillación pública para cualquier cosa ¿no?. Y es que como no amar las historias románticas cuando he vivido un par de romances que serían argumentos prefectos de mínimo una buena película protagonizada por Krysten Ritter, y acá entra mi ego no porque me crea un tris menos bonita que ella sino que, como bien dice un gran amigo "en la versión Hollywood todos siempre son más bonitos", y por Keaunu Reeves, pues una puede soñar.
Me siento a escribir movida por la magia de la música y los recuerdos. Por las imágenes que estas melodías sacan de la caja donde se esconden cosas bonitas para días nublados del último beso con un extraño de acento extranjero en la barra de un bar, justo a puertas de este año tan extraño. O como el primero con él que fuera después mi esposo por muchos años, muchos años atrás en la barra de otro. Como eso de conocer a alguien en un tranvía y volverlo a ver meses después para tomarse una cerveza en el Alexanderplatz sí pasa, como irse de vacaciones termina en planes de quedarse para siempre, como que aparezca de sorpresa en tu trabajo con flores en la mano (por más pena que te de) pasa, ¡sí pasa!.
Ahora, a mi estereotipada milenial le es difícil desligarse del amor romántico y de las cursilerías que lo rodean llenando todo de melosería, consumismo y grandes gestos como necesidades para ser real, pues es cierto que muchos de esos vicios del amor romántico son peligrosos al basarse en la pasión física, emocional y el goce estético, todos efímeros, ligados a las inclemencias del paso del tiempo.
Y bueno, como se es soltera se cae en el agujero negro de las aplicaciones de citas para encontrar, ¡oh! sorpresa nada interesante. Y entonces se cierran de nuevo las redes, se mira una pely donde a una bonita pareja de exitosos solteros viviendo en una ciudad interesante, o en un pueblo en medio de la nada, se enamoran pese a poner resistencia a su innegable y pasada de moda manera de hablarse y se dice una “esas cosas no pasan”, cuando de repente ¡puff! en esa misma película suena una canción que te recuerda que hace un par de años te dieron un beso mientras sonaba y todo vuelve a ser bonito otra vez, pues la vida es la verdadera ficción y en ella amamos, lloramos, soñamos y vivimos.
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