Se había necesitado un vuelo de 8 horas para que llegara a ese lugar y ahora, parada inmóvil frente al carrusel de equipaje no podía creer que en verdad había llegado el día. Viendo sin ver, Lucrecia miraba ansiosa el paso de cada pieza de equipaje frente a sus ojos. Ya había visto el mismo grupo de maletas pasar frente a ella sin que su maleta vino tinto lo hiciera y casi todos los que habían llegado con ella en el vuelo ya habían reclamado lo que era de ellos. Ansiosa, luego de 15 minutos, comenzó a caminar en el lugar para descubrió sus pertenencias debajo de la banda, entre un grupo de maletas más grandes que la suya, en el carrusel 5A no en el 4B, que el de su vuelo, donde seguramente alguien debía de haberla bajado del carrusel, quizás por equivocación. Frustrada por la pérdida de incontables minutos y sintiéndose muy tonta, agarró sus pertenencias y salió a darle encuentro a su destino.
Las puertas automáticas se abrieron a su paso y el aire frío del parqueadero del aeropuerto entró por las costuras de sus ropas, recordando que aún no se sabía vestir para el frío del Noreste del Pacifico. Tal como Marco le había indicado, desde la puerta debería ella de caminar hacia el final de la plataforma, donde estaban las columnas con pintura verde que eran adyacentes al metro, y donde él la estaría esperando “Será más sencillo encontrarte así, pues las puertas de llegada suelen variar en este aeropuerto y no estamos seguros si tu teléfono funcionará” le había dicho él hacía un par de horas cuando hablaron justo antes de que ella abordara el avión en Medellín.
Aun sin creer lo que estaba haciendo y con un escalofrío recorriendo todo el cuerpo, Lucrecia arrastraba su maleta mientras Jewel le cantaba al oído Goodbye Alice In Wonderland, la canción que la había acompañado desde hacía un año, cuando había visto a Marco por última vez en el aeropuerto de Bogotá aquella Semana Santa en la que él le dijo adiós, rompiéndole el corazón. Lucrecia no sabía si estar ahora allí era un acto más de su masoquismo obsesionado con esa idea de amor romántico o era su inevitable destino. Desde que ella y Marcó habían retomado el contacto, al principio como ex-amantes amigos distantes que se comentaba una foto aquí y allá en las redes sociales, para luego tomar tintes de amigos por correspondencia, no estaba ella segura donde estaba parada.
Un día en una de sus chats casuales, ella le comentó que tenia un viaje por motivos laborales a la Florida y él sin pensarlo mucho la invito a que lo visitara en la otra costa con un “Ven a visitarme, te va a encantar este lugar y, además por esa época el otoño está en su punto más alto y recuerdo como me decías que soñabas ver cambiar de color las hojas de los árboles de arce”. Al comienzo Lucrecia tomó esa invitación como un chiste, pero cada vez Marco era más insistente en ella e inventaba diferentes motivos par que ella fuese, enviándole incluso invitaciones electrónicas a eventos que eran de su interés como por ejemplo la inauguración de la sala Manet en el museo de la ciudad. Excusas que cubrían sus ganas de verla y que a ella le parecían débiles, pero que fueron suficiente para que los sentimientos hacia él, que andaban dormidos, iniciarán una revuelta en su interior.
Cada vez que hablaban Marco le daba una nueva idea de plan para esa visita hipotética, y ella presentaba un nuevo inconveniente que sin mucho esfuerzo él lograba hipotéticamente solucionar hasta que ella, incapaz de seguir diciendo que no, tomó el ángulo del factor económico y le dijo que la única forma de hacerlo era si él cubría sus gastos (segura que esto podría fin a toda discusión, no era un viaje económico y él no era un hombre acaudalado). Ese mismo día, horas más tarde Marco había enviado el itinerario de la reserva de vuelo. Él la quería ver y pagaría lo que fuera por lograrlo si ella lo aceptaba. Sin más argumentos para su negativa, el orgullo de Lucrecia aceptó su derrota, y trato de convencerse entonces que verlo era lo que necesitaba para cerrar el ciclo de la relación que no fue. ¿Qué tan grave sería un fin de semana con un amigo en una ciudad nueva? además estaba lo de Manet, su artista favorito del que siempre había soñado ver sus obras más que en libros o el internet y sabía nunca llegarían a las colecciones de los museos de su ciudad.
El sonar de la bocina de una carro la regreso a el aeropuerto. Lucre escucho como la llamaba desde la distancia ese alto y moreno sonriente que caminaba hacia ella. Marco la abrazo tan fuerte que Lucrecia perdió el aire. Durante todo el vuelo se había convencido que ella no sentía nada por él, que eran amigos y que verlo era entonces lo necesario para poner bajo tierra cualquier ilusión de algo. ¡Que tonta era en verdad! no fue sino sentir su aliento próximo para que las piernas le temblaran y el corazón quisiera salirse de la camisa. Que bueno verte le dijo él sonriendo mientras le besaba la mejilla. Si...Estoy rendida dijo ella sonriendo, y dándole a entender que no estaba por ahora para mucho hablar. Él recibió sus maletas y caminaron en silencio hacia el auto, conduciendo en silencio hacia su casa. La noche estaba oscura y estrellada.
A la mañana siguiente, Lucrecia se despertó en un cuarto de paredes verde olivo. Los rayos de sol iluminaban la habitación haciéndola acogedora y calidad. A la llegada del aeropuerto Marco la había instalado allí para que descansara, le había dado una taza de té y le había comentado de más planes para el fin de semana. No habían compartido habitación, ni se había besado, es más, casi ni había hablado, pues ella estaba abrumada y cansada, y él cauteloso, de no sobrepasarse o asustarla. Durante el desayuno hablaron del tiempo que Lucrecia paso en La Florida, de su empleo en Colombia y el par de amistades en común que hicieron y que ella ahora conservaba. Hablaban con tranquilidad intranquila, evitando largos silencios y cualquier tensión sexual aflorar, pero secretamente cada uno se morían de ganas de besar al otro, de descubrir los secretos en sus miradas.
Esa mañana, vestida de camisa negra y jeans, Lucrecia conoció a Clara, la hermana de Marco, quien vivía a las afueras de la ciudad en un pueblo pintoresco enclaustrado entre las montañas y el río. El paisaje de la carretera hacia la casa de Clara deleito a Lucrecia con kilómetros y kilómetros de bosques de pino en las faldas de montañas con picos puntiagudos, que comenzaban a ser tocados por la nieve temprana de octubre a un lado, y el valle del serpenteante río Columbia a el otro. Cascadas de agua cristalinas caían con fuerza desde la montaña y se veían cada tanto a un par de kilómetros de la autopista por la que transitaban. Al salir de la autopista hacia la casa de Clara, un túnel de árboles de arce con sus hojas puntiagudas y de colores naranjas, caobas, amarillos y rojos le presentaban a Lucrecia el esplendor del otoño, para ella algo maravilloso, una imagen de esas que había visto solo en películas y ahora recorría.
La casa de Clara olía a pizza recién horneada y era cálida como la sonrisa de su dueña quien, pese a no haber visto a Lucrecia nunca antes, la hizo sentir desde el primer momento como si la conociera de toda la vida. Luego de un almuerzo delicioso lleno de risas y charla, Clara sacó su cámara para tomarles una fotografía Hacía meses no veía a Marco, así que gracias Lucrecia por traerlo, ja, ja, ja….No te choca les tomó una foto ¿verdad? - dijo clara en tono de broma - si no este después dice que nunca paso y eres demasiado encantadora para olvidarte. Lucrecia no se negó mientras descubría que si Marco le había parecido encantador desde que lo conoció, años atrás en el hotel donde trabajaba, ahora conociendo a Clara entendía que era una cosa de familia.
Sin más, Lucrecia y Marco salieron a caminar por el pueblo de casitas de madera y calles empinadas. En el malecón encontraron un banco en donde se sentaron a charlar y ver como el sol del atardecer se transformaba en naranjas y rojos hasta extinguirse detrás de las montañas, y pese a el frío y el viento, irradiando tanta luz y calor que el agua parecía calentar. Y, en silencio tomados de las manos se besaron amorosa y apasionadamente descubriendo que nunca se habían dejado de querer besar, listos para escribir un nuevo capitulo de su historia aun sin final.
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