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Se vistió a media luz y observó cómo el cuerpo de Pedro, que había rotado de posición, era ahora tocado por la luz de la lámpara, que competía con los tenues rayos de sol, en sus pectorales definidos y poco velludos. Con cuidado, Sara cerró la puerta del cuarto y recorrió el corredor lleno de cuadros, muchos pintados por ella, hasta las escaleras que conectaban la casa con el primer nivel, el de la zona social, el patio, el garaje y la cocina.
Habían comprado esa casa hacía un par de años, después de mucho buscar y muchas ofertas de compra rechazadas. La habían transformado en un hogar lleno de plantas, luz y arte, de sofá rojo y tapete colorido frente a la chimenea a gas que les encantaba encender mientras escuchaban un par de LPs, cenaban o veían una película. Muchas noches él se había quedado dormido en ese sofá rojo sobre las piernas de ella, mientras miraban algo en el computador y ella jugaba con su pelo. Pero ayer en la noche no fue así. Hacía ya varias noches en que no era así y esa rutina de afecto y calidez de pareja se había estado enfriando, al igual que lo hacía el agua con miel que ella sostenía en la mano esa mañana fría de otoño.
Pedro bajó la escalera y le sonrió tímidamente, encendió el parlante y conectó su teléfono con las noticias. Hablaban en ellas de un escándalo político de la candidata presidencial demócrata que por varios meses era ya titular. Pedro colocó la tetera en el fuego y comenzó a preparar las tazas para el café. El aire era tenso y frío. Siguen con lo mismo, dijo ella refiriéndose a las noticias. Él le entregó una taza de café y se sentó a la mesa sin decir nada. Es una estupidez, repiten y repiten los mismos errores y promesas y nada cambia siguió ella, ya no refiriéndose solo a las noticias, mirándolo fijamente a los ojos, esperando una reacción. Si por fin dijo él, más para él que para ella, completamente ido en sus pensamientos. Ya desde hace semanas Pedro andaba más taciturno y olvidadizo que de costumbre. Tenía días mejores que otros, pero desde que le había robaron la bicicleta al final del verano por un descuido, ya era cada vez más escaso verle brillar los ojos. Sara creía que la última vez que los vio brillar había sido hacía un par de semanas cuando celebraron estar esperando un bebe, pero tenía sus dudas.
Nada, no obtengo nada- pensó Sara - no reacciona. Terminó su café, dejó la taza en el fregadero y agarró sus cosas sintiendo ya un nivel de frustración alto para esas horas de la mañana. Que tengas un buen día, Pedro le dijo mientras sostenía la cerradura de la puerta entreabierta en la mano, y dando un paso hacia la calle cerró la puerta sin esperar respuesta. Mientras calentaba el interior de su viejo carro, pensó por un segundo en volver y darle un beso y decirle te amo, o gritarle respondeme algo, pero no, no lo hizo.
Sara se sorprendió más tarde cuando ese día se le vino la imagen del día que supo estaba enamorada de Pedro. Allí, en la sala de descanso de su trabajo como recepcionista, recordó como el aire frío y fresco de la montaña de Santa Elena se mezclaba un día, hacía muchos diciembres, con el aroma del café fresco que él acababa de hacer y disfrutaban con un poquito de ron en silencio, hipnotizados por el lento movimiento del sol sobre las flores del campo al atardecer. Sintió como sus ojos se llenaron de lágrimas de repente ¿dónde está ahora ese Pedro? , se preguntó en voz baja mientras regresaba a su escritorio y lo recordó entonces mejor como la primera vez que lo vio a través del cristal, lo guapo que le parecía aún hoy después de más de 5 veranos juntos. Aterrizó de su ensoñación nostálgica con una llamada telefónica y logró ocupar el resto del día con su lista de quehaceres laborales diarios.
Hacia las 4:30 pm recogió sus cosas, apago el ordenador y salió rumbo a la autopista de regreso a casa y, a Pedro con su melancolía ahora fantasmagórica. Lloro en el auto mientras Lady Gaga cantaba Million Reasons y se convenció a sí misma de que esa noche podría puntos sobre las ies y finalmente le diría a Pedro que se tenía que internar por el bien de todos, que ya había visto la clínica psiquiátrica perfecta para él y que ya no podían seguir viviendo en el miedo, que ella ya no podía salir de casa con el miedo de volver y encontrarse un día con lo peor.
Al llegar a su calle, se estaciono en el garaje de Juan su vecino un par de casas antes y, como siempre, comenzó a caminar hacia su casa, la verde con el buzón amarillo al final de la calle. Cada vez veía más gente afuera, lo que inquieto y le agrego prisa a sus pasos. Fue cuando notó la fila de vehículos estacionados frente a su casa que Sara supo de inmediato que lo peor ya había llegado y que a Pedro quizás ya no podría volver a decirle Te amo.
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