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El sol

Ana siempre había sentido atracción por el mundo esotérico y espiritual. Gustaba tanto de ir a misa los domingos como de rezar el ángelus al mediodía cuando visitaba a su abuelita para almorzar, quien siempre la regañaba por leer el horóscopo de los domingos y seguir a un par de astrólogas por instagram Eso no es de Cristianos decía su abuela Maria de los Angeles. Pero ella había  ido un par de veces a consultar con brujas y angeólogas, especialmente en momentos que sentía que las cosas no fluían, y siempre se había convencido que su intuición era alta tanto para lo religioso como para lo pagano. Ana creía, y creer es siempre el primer paso para que las cosas pasen, pero no dejaba que su vida fuese regida completamente por misticismos. Era una mujer entre creencias, y se negaba a escoger lo uno o lo otro, como era el deber ser de un buen cristiano.


Una tarde mientras caminaba corredores de un centro comercial se encontró con una tienda esotérica que no había visto antes. El olor a incienso impregnaba todo el almacén decorado con mandalas, budas, estatuas de ángeles y dioses hindúes, velas, velones, libros esotéricos y barajas de cartas. Siempre le era interesante observar cómo en esos lugares, como dentro de ella, también se fusionan creencias paganas, religiosas y hasta religiones. Ese día no estando segura si fue un acto impulsivo o por efecto del incienso, Ana compró una baraja de tarot. 


Más tarde, mientras compartía con su amiga Cristina un café, Ana emocionada compartió con su amiga su nueva adquisición sin intentar hacer una lectura del mismo. Sabía ella que no podía abrir los poderes de la baraja delante de su amiga más seguidora del misticismo sin hacerle primero una limpieza adecuada a las cartas para atraer luz y no oscuridad sobre ellas. Cristina igual de emocionada al ver la baraja no dudó en invitarla a un seminario sobre lectura del tarot que le había sido dado como regalo de cumpleaños por su novio Oscar. ¡Dale Ana, animate! ya tienes el tarot, vamos a aprender a usarlo juntas fue lo poco que tuvo que escuchar para aceptar hacerlo e incluso inscribirse ahí mismo, pese al elevado monto del curso. Al llegar a casa Ana busco el cristal de cuarzo blanco que le había regalado Cristina y lo coloco sobre la baraja de cartas en su ventana para darles un baño de luz de luna. Ana no se percató, pero desde esa noche sus sueños se tornaron poco a poco en algo más realistas. 


La noche del jueves antes del fin de semana de aprendizaje de Taroistico, como le había bautizado en forma de chiste, Ana durmió plácidamente. Soñó que llegaba de lo que parecía un largo viaje  a un lugar que, aunque no conocía, sabía que era su hogar. Abría la puerta para ser recibida por una sala amplia e iluminada por un sol cálido, cuyos rayos acariciaban un par de macetas con suculentas y orquídeas que encontraban decorando todo el sitio, descansando sobre un par de mesas y una biblioteca en roble. Los muebles eran cómodos, coloridos y con el toque art decó que tanto le encantaba pero no podía pagar para su propio espacio. Al fondo una pared viviente era el único espacio de la sala sin arte, arte que ella reconocía como propio, aunque nunca había pintado ni una raya, mezclado con obras de otros artistas. Cuando el radio que la despertaba siempre se encendió el viernes, Here Comes the Sun, de los Beatles  fue lo primero que Ana escucho. 


Todo el viernes fue un día plácido para Ana. Como por arte de magia el par de reuniones que tenía programadas y a las que en verdad desearía no asistir, fueron solucionadas con el intercambio de un par de correos electrónicos satisfactoriamente. Su día laboral le brindó un par de satisfacciones más, entre ellas la aprobación del presupuesto de comunicaciones para el último trimestre del año, ósea  temporada de navidad, y la noticia de su paso a la siguiente ronda en la convocatoria para gerente de marca, en la que ella era la candidata con mayores aptitudes para el cargo, lo que significaría un aumento sustancial en sus ingresos.


De regreso a casa Ana encontró el transporte público extrañamente vacío, pero no le dio mucha relevancia pensando que quizás alguna fecha deportiva importante estaba ocurriendo. Después de ese día tan agradable en la oficina, tenía ella la certeza de que el fin de semana estaría igual, empezando por aquel curso donde se encontraría con su amiga y los secretos de la baraja. 


El salon del curso era iluminado, ventilado y muy acogedor. Una pared de espejos daba la impresión de ser un espacio mucho más amplio de lo que era y las estera en el piso esteras acompañadas de cojines cómodos y suaves. Ana se sentó al lado de su amiga Cristina, quien la esperaba con una sonrisa de oreja a oreja. Luego de presentaciones y una ronda de compartir expectativas, el instructor le pido a todos los participantes que tomaran su tarot y enfocando su energía en el día que habían vivido hasta ese momento se concentrará con los ojos cerrados y sacaran una carta La carta era la representación del pasado cercano, ósea del día que había tenido que marcaría la pauta para el resto del mes y la intuición de cada uno de los participantes dictaría, solo con la mirada de la carta, su significado.


Nerviosa, Ana tomó su baraja y con los ojos cerrados la sostuvo a la altura del corazón enfocando toda su energía en la intención para luego revolver las cartas 3 veces con los ojos cerrados, tal como se lo habían instruido, y finalmente seleccionar una carta. Al abrir los ojos la vio y su rostro se iluminó. La carta mostraba un sol radiante en la parte superior que ocupaba la mitad de ella, el cual miraba fijamente a quien la sostuviera. Bajo del sol, se veían unos girasoles al fondo y un niño desnudo cabalgaba un caballo blando sosteniendo una bandera roja. Ana sintió en su corazón una certeza tan grande de que esta carta indicaba triunfo que no pudo contenerse y dio un grito pequeño de emoción, que llamó la atención del instructor. 


Te viene el éxito -dijo Cristina, quien sentada a su lado sentía sensaciones completamente diferentes a las de su amiga mientras miraba la carta de la torre. Ana afirmó con su cabeza sin mediar palabra ensimismada en la mirada del sol y su expresión severa. Supo reconocerse en  ese niño con flores en la cabeza y desnudo - vulnerable pero triunfador- y sin decirle nada más a Cristina tomó sus cosas y disculpándose con su amiga se fue de la clase para no volver a clase en todo el fin de semana. 


Al martes, cuando por fin habló con Cristina le contó cómo pese a que la carta le había dado parte de tranquilidad, ese mismo día había arrojado el tarot a un cesto de basura cercana. Había visto en la expresión severa del sol el rechazo de su fe cristiana, pues así como el sol da vida, esa vida había sido dada por el creador, y ella, podría triunfar en ese juego místico por un tiempo, pero no para siempre, Así como el caballo no tiene cuerdas y el niño no tiene ropas, en cualquier momento todo podía cambiar, haciendo el caballo a el niño caer y todo terminaría.  Ana vio en la mirada del sol una advertencia que desde entonces no ha podido ignorar: Todo cambia, así com cambian de posición los girasoles cuando sale el sol y nunca más volvió a leer el horóscopo.


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