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Botellas vacías

A las 8 am un dolor intenso recorrió su cabeza de derecha a izquierda y de arriba abajo, logrando traerlo del planeta de los sueños a la realidad. Con dificultad abrió los ojos y sintió la luz como un grito al oído tan intenso que tuvo que volverlos a cerrar por un instante más. El palpitar de su cabeza no lo dejó volver a dormir.  Finalmente, desorientado y con dificultad se paro de la cama. El aire aún olía a cigarrillo y la voz de Joe Arroyo se escuchaba al fondo exigiendo que alguien no le pegara a la negra. Abrió la puerta del cuarto y se dirigió hacia el tocadiscos para dejar al viejo Joe descansar. Simón se sintió desorientado esa mañana de domingo y abrumado al ver en el suelo un par de botellas aquí y allá.

¿A qué horas armé yo fiesta?  se dijo rascándose la cabeza, mientras caminaba arrastrando los pies. El mueble de la cocina tenía un par de aspirinas que no dudo en tomar con el café antes de iniciar la desagradable tarea de ordenar y limpiar su espacio. Desde el mesón de la cocina, esperando que el agua hirviera, noto como en la pequeña sala de su aparta-estudio, hogar del juego de sala de sofá verde azulado que le había regalado su tía Isabel hacía más de una década, descansaban sobre la mesa abiertos un par de álbumes de fotos de sus años dorados: recortes de periódicos en los que se relatan sus victorias deportistas, un par de fotografías donde posaba con el uniforme de Sintéticos y su bicicleta, y un par más con los otros miembros del equipo vestidos igual. Hacia rato no miraba esas fotos, y le sorprendió verlas allí, desprotegidas, entre botellas de cervezas y el cenicero lleno de colillas de cigarros que le regaló su sobrino Antonio. Agarró el álbum y lo regresó a su lugar de entierro en el espacio superior derecho de la biblioteca empotrada de la sala, justo al lado de sus fotos de infancia, el de sus padres ya fallecidos, y el único trofeo que conservaba.   


Luego de una siesta, ducha y su tercera taza de café de la mañana, a eso de las 11, Simón por fin se animó a encontrar una bolsa plástica y comenzó a recoger las botellas regadas por el piso. Había logrado recordar qué el día anterior había salido a tomar un par de cervezas con Claudia, la chica del trabajo de cabello oscuro y tez blanca de la que tanto gustaba. En el bar de salsa del centro al que ella le había dicho que fueran, bailaron un par de canciones cachete con cachete hasta que el calor del lugar, el trago y sus ganas de ella se le hicieron insoportables y, siendo el vecino de la zona, le sugirió a Claudia que se fueran para su casa a seguir la plática, la bailada y por qué no los besos que ya se habían comenzado a dar. Pensar en Claudia le puso una sonrisa en su rostro mientras introducía la botella número veintidós en la bolsa.


Desde que llegaron al bar, Claudia había saludado a un par de desconocidos aquí y allá, y siempre que él regresaba de fumarse un cigarrillo ella le presentaba a alguien nuevo. Simón recordó sin poder conectar a la fija nombres con rostros un tal Juan Camilo, una tal Margarita - la que le pareció tenía un tono de voz  muy chillona para las facciones bruscas que poseía-, y un Sebastián que estaba con alguien más cuyo nombre no recordaba. Se vio riendo con ellos mientras bebía sorbos de cerveza entre tragos de aguardiente. Recordó como Claudia los invitó a todos ellos a la casa de Simón, ignorante completamente de cómo detestaba él tener extraños en su hogar, para seguir la fiesta inmediatamente después de que él le sugirió se fueran juntos, y aunque él solo quería estar con ella, les extendió a ese par de  desconocidos la invitación. Ninguno dijo que no. Como no lo hicieron un par más que de camino a casa Claudia se encontró al paso y saludando, saludando fue invitando a la casa de Simón. 


El calor del sol de la tarde volvió repentinamente el aire en el apartamento nauseabundo. Simón abrió la puerta de la terraza para dejar el aire limpio entrar y salió a fumar. Más botellas se dijo y con el pucho entre los dedos se forzó a hacer memoria de la noche anterior.  Tenía claro que había llegado como con 10 personas más a su apartamento, que habían puesto música, bebido el contenido de su bar y fumado marihuana.


De la parte de la marihuana se acordaba bien, pues llevaba más de 3 años sin fumar, desde aquella vez que en medio de una ataque de ansiedad ocasionado por el cannabis se había ido de la finca en la que estaba y caminando los 20 kilómetros que lo alejaban del pueblo en pleno aguacero. Recordó, mientras limpiaba las botellas vacías de la terraza que el eco del barullo había molestado a su vecino del 3D y que luego de que este viniera amenazante a tocar su puerta por quinta vez las nuevas amistades se había ido. Solo Claudia se había quedado para ayudarle a organizar, pues se sentía responsable por tanto desmadre y se habían besado un poco o mucho más ¿Habían tenido sexo? se preguntó Simón con preocupación, pues no recordaba nada más después de cerrarle la puerta por sexta vez a Ramón, el vecino enfurecido, y colocar a Joe Arroyo en su lista de reproducción. 


Ese domingo Simón comió lo que pudo. Toda la tarde de no recordar, de esa laguna mental de alcohol, drogas y resaca física le dieron paso a la angustia moral ¿como preguntarle a Claudia que había pasado entre los dos sin parecer descortés, sin molestarla u ofenderla? Solo le quedaba esperar a verla el lunes en la oficina, pues ya era de noche y ella no le contestaba sus mensajes con algo diferente a emoticones y monosílabos, reafirmando una vez más que hacer fiestas en casa solo dejan basura, problemas y botellas vacías por limpiar. Sería una larga noche.


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