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Abrazos cálidos de lluvia

Ahora llueve, y grandes gotas de agua mojan todo alrededor logrando hacer pequeñas piscinas en las macetas de las suculentas que descansan sobre la mensa y el suelo en el balcón. Sobre el suelo, la mesa y el barandal se forman pequeñas charcas que reflejan la luz del de los balcones en frente. Se escucha tronar en la distancia, y el agua danza en los tejados con fuerza. Las canaletas parecen pequeños ríos. Me gusta como llueve mientras hace sol al mismo tiempo, mientras el aire se llena de humedad, más no de frío. Había olvidado las lluvias torrenciales de verano en Medellín. Aquellas que llegan de la nada y te hacen esconder bajo cualquier tejado, aguaceros que puede durar 15 minutos, una hora, una tarde, toda la noche.


Siempre me ha gusta el olor a tierra mojada,  y quizás por eso me gusta esta lluvia y me gusto llenar nuestra casa de plantas. Era terapéutico y familiar olerlo. La tierra mojada a de oler igual en todas partes del mundo creo yo, y el olfato tiene esa conexión con la memoria, logra llevarnos a sitios buenos y malos, a momentos conocidos. A mi me llevaba a mi lugar seguro, a el calor de las manos de tu abuelita Julia, a sus manos cálidas de toque sereno.

 

Y es que siempre que llovía y tronaba, cuando yo tenía tres o cuatro años corría despavorida a los brazos de mi mamá Julia preguntando ¿qué fue ese ruido? mientras me abrazaba fuertemente a sus piernas, y ella siempre bajaba a el nivel de mis ojos para mirarlos y reconfortarme asegurándome que todo estaría bien justo antes de brindarme el calor cómodo de su abrazo. No importaba en qué parte de la casa estaba mamá o que estaba haciendo, cada vez que sonaba un trueno, yo corría a buscarla, a encontrar su abrazo. Siempre busque el calor de mamá en los momento difíciles y de estrés para mi, y ella siempre  supo como reconfortarme, incluso en la distancia cuando tu papá y yo nos conocimos y cruzamos el Atlántico para ir a estudiar juntos, él una maestría en derecho y yo una en historia del arte. 


Cuando ella enfermó y la visité, sin saber por última vez, en el hospital recuerdo como comenzó a llover así como hoy. Las gotas grandes y cargadas de agua comenzaron a caer primero ligeras, para ir aumentando su intensidad contra el cristal de la habitación mientras es cielo se oscurecía.  Dentro de la habitación veíamos juntas tomadas de las manos como todo lo que era permitido y hasta lo que no, iba siendo impregnado con ese liquido transparente tan lleno de vida y fuerza. El cielo comenzó a verse atravesado por rayos de luz verticales que anteceden a los truenos que anunciaban el endurecimiento de la tormenta. Los truenos los siguieron después, destrozando mi fachada de mujer fuerte que aparentaba frente a la eminente pérdida de la batalla de mamá contra el cancer, asustándome de nuevo como cuando era una niña. Mamá no pensó dos segundos y retomo el ritual de niña asustada al sujetar mi mano entre la suya y mirarme a los ojos. 


Era duro verla con chupas de aparatos conectados por todo el cuerpo, casi sin cabello, una cánula nasal llenándola de oxígeno y sus brazos llenos de moretones causados por las agujas de exámenes y sueros intravenosos, y aún allí poniendo por encima mis necesidades de seguridad sobre las de ella, la enferma terminal. Recuerdo como ese día con la lluvia golpeando la ventana como música de fondo mamá me dijo: Ana, secreto para que superaras tu miedo no provenían de mis abrazos fuertes,  venía de tus ojos en los que yo me veía reflejada. Y viéndome en ellos sabía que no estaba sola para enfrentar el mundo, y eso que me anclaba a esta realidad a la que me tenía que aferrar por ti, como te aferrabas tu a mi- dijo mirándome a los ojos - Ahora que sabemos que me iré pronto, recuerda siempre que el cielo siempre está, y desde allí te estaré saludo con truenos, gotas de lluvia y arcoíris. No pude contener las lágrimas.


Desde ese día, siempre que llueve así como hoy, me acuerdo de mi madre, tu abuela, y en ocasiones lloro recordando aquel ritual de correr a aferrarme a sus piernas para sentirme protegida, He hecho del cielo mi lugar seguro, pues siempre está allí, de día o de noche. Y, de las gotas de lluvia que moja todo en mi balcón, ahora incluyéndonos, como los abrazos cálidos de infancia, cálidos de lluvia, como las manos suaves de tu abuela.


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